jueves, 19 de febrero de 2009

Experiencias extremas: El club de los optimistas


Hay momentos en la vida de toda rata en los que es necesario enfrentarse a experiencias diferentes, radicales y extremas, con la única finalidad de tener algo que decir en este blog (ajá). Por este motivo, esta audaz rata decidió inscribirse a un curso de coaching personal (lo que en el bajo mundo se conoce como superación personal). Cabe mencionar que SIEMPRE he odiado todo lo que tenga que ver con este tema, especialmente cuando reviso la “biblioteca” de mi papá y me encuentro con joyas de la literatura universal como “Padre Rico, Padre Pobre”, “Caldo de pollo para el alma”, “¿Quién se ha llevado mi queso” y el best seller de un escritor renombrado, “Juventud en éxtasis” (ok, ese es mío, pero juro que me obligaron a leerlo en la secundaria).

A pesar de mi renuencia a ser una mejor persona (¿mejor?, ¡Imposible!) acepté la invitación al primer curso feliz. Lo vi como material didáctico-apapacha-egos, en dónde sin duda, me daría cuenta de lo jodida que está la gente y de lo maravillosa que había sido mi vida (cosa que por macabra que parezca, seguro, SEGURO me causaría felicidad). El curso comenzó un miércoles por la noche y las primeras 2 horas traté de analizar todo lo que decían, como cuando estaba en la universidad. Escuché atenta las vivencias de aquellos valientes que compartían sus penas con el resto de los asistentes (aproximadamente 200 personas); algunas me conmovieron, otras me hicieron reír (secretamente, porque hasta eso soy una rata respetuosa) y otras más me hicieron querer ponerme de pie y darle un par de cachetadas al susodicho en cuestión para que reaccionara. Ya para la última hora del primer día me preguntaba una y otra vez que ¿carambas hacía yo en ese lugar?, respiraba profundo y me repetía en voz baja “ya casi acaba, ya casi acaba”.

El segundo día decidí que si ya había pagado por estar ahí no quedaba más que intentar aprender algo, lo que fuera, pues de otra forma se convertiría en un gasto inútil (si, si, pagué!!!!!). Tras la breve evaluación de mi reciente inversión, decidí aplicar lo que en este país se denomina “flojita y cooperando”. Entonces comencé a participar en las dinámicas, seguí todas las instrucciones y hasta dejé correr una que otra lagrimita por mi lindo rostro cuando algo removía fibras sensibles de mi corazón (si, yo, ¡miedo!).

Después de 2 cursos (porque aunque juré sólo tomar el primero, sin pensarlo dos veces me inscribí al segundo), hartas lágrimas, muchas reflexiones y un sinfín de vivencias raras, tengo que confesar que ME GUSTÓ EL CLUB DE LOS OPTIMISTAS (Toritooooooo). Ahora sí parece que ando en drogas, en la oficina me ven raro, irradio alegría estúpida y ahora me siento como Rigo Tovar: esta rata es amor! Debo admitir que aún no tengo mi poster con solecitos sonrientes porque mi mala memoria (lo poco que queda de dignidad) me impide aprenderme la canción con todas, TODAS sus estrofas (esto es puro y vil sarcasmo)

No se si el efecto sea prolongado, no se sí mi estado de ánimo se deba a una euforia colectiva, pero hoy disfruto de ser una rata feliz. Antes de que se asusten, NO, no soy una persona diferente, el sarcasmo, el humor negro, la hostilidad y todo aquello que me caracteriza sigue ahí pero con una sonrisa de por medio (en pocas palabras, sigo siendo la misma rata, ahora con sonrisa estúpida).

Y por si acaso pasan ideas locas por sus cabezas, hago las aclaraciones correspondientes: Sigo odiando los libros de superación personal (evidentemente no tengo intenciones de comprar el libro de Vazquez Mota), por ningún motivo cambiará mi opinión con respecto a los libros de Carlos Cuauhtemoc Sánchez (aunque estoy considerando leer Juventud en éxtasis 2), No pienso ser miembro activo del club de los optimistas (quizá haga el esfuerzo por conseguir un poster) y sobre todo, seguiré con el proyecto de desaparecer paulatinamente la valiosísima colección literaria de mi padre.

Y ahora que ando en modo amor, les mando un abrazo fuerte a todos! (susto!)

martes, 17 de febrero de 2009

Y dice nooooo dice!

A veces uno es tan ingenuo que cree saberlo todo, pero cuando nuestra soberbia se enfrenta a la cruda realidad, no queda más que aceptar con humildad nuestra inminente ignorancia.

Hasta hace algunos días pensaba que la naquez y yo éramos uno mismo, que no había frase o ademán que no me supiera, que después de experiencias extremas como ir al estadio a ver jugar al Toluca, comer un "hocdoc" con "capsun" o buscar desesperadamente el bar de Paquita la del Barrio, me hacían una experta del léxico popular, de la jerga chilanga. ¡Cuantos años viví engañada! Tuve que ir al tianguis de carros para darme cuenta de mi grave error.

Domingo al medio día, aún desvelada por el festejo del día anterior, me levanté de mi camita para acompañar a mi Cavernícola en busca de su futuro auto. Hasta ese momento lo más emocionante era la prometida michelada "di a litro" que tanto antojo me causaba. Mientras deambulábamos entre toda clase de carros, escuché algo que me dejó atónita, que superó cualquier estándar de lenguaje que jamás hubiese escuchado: (léase con tono de Nacasia y Nacaranda) "No manches viejo, si tu crío también te quiere". Mis ojitos se abrieron en señal de asombro, apenas y pude articular unas cuantas palabras para describir lo que me sucedía.

No cabe duda, todos los días se aprende algo nuevo.